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martes, 24 de enero de 2023

Homenaje a la memoria del sabio Rafael Rangel – Primer discurso del Dr. Pedro Rincón Gutiérrez (25-04-1954)


Archivo Histórico de la Universidad de Los Andes

Como Presidente del Colegio de Médicos de Mérida y en homenaje a Rafael Rangel, en el día del Laboratorista Clínico.

Los organizadores de este sencillo pero significativo acto académico, han tenido a bien designarme para pronunciar las palabras de clausura. Gran honor ha sido concedido -no a la persona que os habla- quien no tiene méritos en su haber, sino al Colegio de Médicos del Estado, orga­nismo que me honro en presidir.

Tiene interés especial la participación del gremio médico, por mí repre­sentado, en este acto conmemorativo del Día del Laboratorista Clínico y en "Homenaje" al sabio y modesto investigador, Rafael Rangel. Los médicos no podemos estar ausentes en los asuntos que conciernen a los laboratoristas, quienes son nuestros auxiliares inmediatos en la labor clí­nica, colaboradores constantes en las pesquisas e investigaciones médi­cas. Los médicos, los laboratoristas y las enfermeras, constituyen la tríada profesional, a la que está encomendado el cuidado de los enfer­mos, la solución de sus problemas y la satisfacción de sus esperanzas.

La estrecha relación entre médico y laboratorista, basada en la estricta seriedad profesional, responsabilidad a toda prueba, es la mejor garantía de acierto, en el diagnóstico clínico, de justeza, en la presunción pro­nostica y de orientación terapéutica adecuada. El médico ante el enfer­mo intuye cuadros clínicos variados; el laboratorista, encerrado en su pequeño mundo de tubos de en sayo, láminas y microscopios, pipetas y reactivos, proyecta luz de certeza sobre una de las tantas rutas que puede seguir la enfermedad en su afán patógeno. El laboratorista contri­buye de ese modo a descubrir los agentes del mal, es decir, colabora en el establecimiento del diagnóstico de las causas o diagnóstico etiológico. La labor es callada, modesta y por este motivo, muchas ve­ces olvidada.

El paciente acude al médico y demanda alivio para su dolor: este es de tipo cólico, radica en el abdomen y más concretamente en la fosa ilíaca derecha, y más exactamente en un punto con nombre propio: de Mac Burney; sin embargo la fisonomía clínica no se perfila claramente; el facultativo ordena el recuento de los glóbulos blancos y la fórmula leucocitaria, o lo que es igual, el reconocimiento de las distintas familias de la estirpe blanca. El saldo es desfavorable. El organismo ha movilizado sus batallones de defensas y allí están las alteraciones cuanti y cualitativas de la Vanguardia Antiinfecciosa, indicándonos la exis­tencia de infección en un órgano que en otro tiempo lo fue plenamente, pero ahora, no obstante su categoría de vestigio, de reliquia, no ha perdi­do la capacidad de inflamarse. Es la apendicitis. La operación se reali­za. La labor del médico es evidente. Ha sido un éxito. Ha extirpado una estructura orgánica en rebelión, se ha hecho necesario sacrificarla, ha intentado establecer la anarquía en la intimidad misma de nuestras vis­ceras. Y el laboratorista. que ha proyectado su rayo luminoso en la penumbra de la duda, continua su labor cotidiana, silenciosa, entre mate­rial de vidrio, soluciones coloreadas y lentes de microscopio. La decisión de una intervención radical o de una conducta expectante está muchas veces en el criterio sereno del hombre del laboratorio. He aquí su grave responsabilidad.

Otras veces, los Exámenes Complementarios, así llamados por ser el complemento de la clínica, orientan al médico en la prescripción de la terapéutica específica. El enfermo es un febricitante, a la hipertermia precedió el escalofrío dramático y la siguió la crisis de sudor; la zona de procedencia del paciente aclara el diagnóstico; paludismo es la entidad nosológica reconocida. Pero, falta el informe del laboratorio que pre­cise el tipo de plasmodium. La prescripción medicamentosa se hará en base a los datos obtenidos.


Y así, en los cultivos bacterianos, en las exploraciones que escudriñan los secretos guardados por órgano funcionalmente perturbados, en las reacciones biológicas, serológicas e inmunológicas que eviden­cian las alteraciones de los humores, y en tantas otras actividades, se pone a prueba la seriedad de una persona, la prudencia y responsabili­dad sin límite de una profesión, la del laboratorista clínico. Es por estas razones, a las cuales podrían agregarse muchas más, que los médicos debemos acompañar a los laboratoristas y compartir con ellos sus ale­grías, sus fatigas y sus anhelos.

 

No debe olvidarse nunca que el médico y el laboratorista llevan sobre sus hombros un serio compromiso: el del estricto secreto médico; los enfermos siempre esperan del profesional -llamase médico o laboratorista-el más absoluto silencio sobre sus males, con mayor razón si se trata de manifestaciones de menor valía orgánica o de enfermedades que se consideran deprimentes para quién las sufre.

 

Celebramos hoy, el Septuagésimo Séptimo Aniversario del Nacimiento de Rafael Rangel, por múltiples razones figura luminaria de la cien­cia venezolana. Símbolo edificante del Colegio de Laboratoristas Clíni­cos de Venezuela. El Dr. Spinetti Berti con acopio de numerosos datos nos ha trazado el perfil biográfico de su corta pero fértil gestión científi­ca: Nacido en la montaña, crecido en la disciplina del trabajo, estudioso por vocación, investigador por naturaleza, descubrió parásitos que afec­tan al hombre y a los animales; fundó laboratorios, dirigió trabajos cien­tíficos, transitó por lo caminos de la modestia, paciencia y seriedad rigu­rosa, las investigaciones médicas, y por su propia determinación, sustra­jo a Venezuela una de las columnas más firmes en el campo de la cien­cia y de la investigación.

Rafael Rangel nos da otra lección admirable: no hay descanso posible en el camino de la propia supera­ción; ensayar nuevas técnicas, emplear nuevos métodos, nada de con­formidad con lo rutinario, tratar de mejorar lo establecido, crear nuevos incentivos, perseverar en una palabra, en el camino nunca agotado de la propia perfección.

Su muerte prematura hace aún más grandiosa su obra.

De su vida fecunda podemos obtener enseñanzas valiosas e inagota­bles. Modesto hasta el grado extremo de sencillez; no optó el título de Dr. En Medicina pues "no se sentía capaz de sobrellevarlo" Tenía un criterio superlativo sobre la responsabilidad, máxima consecuencia con los postulados de la ciencia más pura. Esta lección debería servir de ejemplo perenne a las promociones universitarias, no para imitarlo en la no aceptación del título, sino para procurar adquirir éste con dignidad y máximo acopio de conocimientos. 

Constancia y tenacidad fueron sus grandes virtudes. Triunfó aún encon­trándose en un medio hostil, minado su cuerpo por cruel enfermedad, rodeado de pobreza y con un temperamento dispuesto a la angustia y a la depresión. Y sin embargo, fue infatigable en su labor; terminado un hallazgo, no descansaba, iba en pos de otra aventura científica, de una nueva investigación. En este aspecto, Rafael Rangel nos da otra lección admirable: no hay descanso posible en el camino de la propia supera­ción; ensayar nuevas técnicas, emplear nuevos métodos, nada de con­formidad con lo rutinario, tratar de mejorar lo establecido, crear nuevos incentivos, perseverar en una palabra, en el camino nunca agotado de la propia perfección.

 

He aquí, en síntesis, las razones por las cuales vale la pena rememorar épocas pasadas, recordar hechos históricos, actualizar personajes de tareas nobles y de gestos generosos. La tradición, significa un paso de avance, cuando el recuerdo de los lauros pretéritos despierta en noso­tros el propósito de imitación y el anhelo de nuevas y limpias ejecutorias; de lo contrario, concebida de otra manera, es peso muerto, espíritu de museo, fuerza negativa.

Como colofón de este acto conmemorativo se han entregado sendos diplomas a profesionales distinguidos, estudiosos del laboratorio y uni­versitarios de vocación. Sin restar méritos a los diplomados, tiene espe­cial valor, el justo y reconocido galardón que hoy recibe uno de los pre­sentes, su nombre no hace falta pronunciarlo, propulsor de los estudios de laboratorio entre nosotros, organizador infatigable, gracias a sus nun­ca desfallecidos esfuerzos nació la Escuela politécnica de Laboratorio, adscrita a nuestra Universidad, que crece bajo su dinamismo creador y dedicación desinteresada. Asimismo, le cabe la satisfacción al Colegio de Médicos del Estado, que uno de sus miembros haya sido declarado igualmente Miembro Honorario del Colegio de Laboratoristas Clí­nicos de Venezuela; agrega así el Dr. Spinetti Berti un nuevo título a su ya nutrida hoja de servicios y merecimientos; autor del primer texto de Bioquímica en los confines de Venezuela, profesor universitario meritorio y miembro de la Academia Nacional de Medicina. Gracias a ello y a sus colaboradores se debe la organización del Departamento de Bioquímica de la Universidad de Los Andes, ejemplo patente de lo que pueden lograr la colaboración, la disciplina, el método y la voluntad de trabajo, cuando encuentran espíritus propicios.

No quiero terminar estas palabras, entrelazadas por el afecto que me produce todo lo que se relaciona con nuestra Alma Mater, sin expresar el regocijo que nos causa la presencia del Dr. J.J Gutiérrez Alfaro, Director de la Escuela de Laborátoristas Clínicos de la Universidad Central y del Dr. Humberto Fuenmayor, Presidente del Colegio de Laborátoristas Clínicos de Venezuela, quienes han venido a acompañar­nos en el día del Laboratorista Clínico, gesto generoso que los acredita. Que los lazos científicos y culturales entre la Capital y la Provincia sean cada día más estrechos, bajo el manto protector de la comprensión y en razón de inquietudes y aspiraciones comunes.

Viviendo en el recuerdo de los hechos gloriosos de sabios e investigado­res ilustres, formulemos votos por que las generaciones de laboratoristas clínicos -las presentes y las venideras- trabajen en la posibilidad de sus esfuerzos por hacer, de la Ciencia "una religión" y de la Patria "un santuario digno de culto y enaltecimiento" (Frase feliz del Dr. Ricardo Archila, en la Biografía de otro gran Venezolano, Dr. Razetti).

Pedro Rincón Gutiérrez

Presidente del Colegio de Médicos del Estado Mérida.

Mérida, 5 de abril de 1954