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viernes, 31 de marzo de 2023

Mi experiencia en el entorno gremial y personal, con Pedro Rincón Gutiérrez. Otros tiempos, otras luchas, otra gente. - Dr. Lester Rodríguez Herrera

 

(Esta ponencia fue presentada en el TERCER FORO: DR.PEDRO RINCÓN GUTIÉRREZ Y EL BIENESTAR SOCIAL EN LA UNIVERSIDAD Y LA CIUDAD, realizado en la Academia de Mérida, el 28 de marzo de 2023)

En los viajes a mi interior, he indagado, he mirado a fondo, he meditado mucho, y me he considerado afortunado por la influencia directa e indirecta, algunas veces desde la distancia, otras no tanto, que don Pedro Rincón Gutiérrez en su quehacer universitario, tuvo sobre un campechano aprendiz de la política, y de la ingeniería. Supongo, que de una u otra forma, en muchos de ustedes él también dejó su impronta. Este relato no sería posible sin el concurso decidido y valiente de los miembros del comité ejecutivo de APULA, los profesores Simón Alcántara, vicepresidente, José de Jesús Rujano(), tesorero, Trino Alberto Castro, secretario de actas, y Ana Victoria Zambrano de Vicuña, vocal del comité ejecutivo, y del resto de la junta directiva integrada por los profesores: Nilza González de Gutiérrez, Édgar Bernal(†), Segundo Giménez(†), Belkis Cartay, Fulgencio Rueda, Luis Peña y Román Hernández. Gran trabajo, muchas luchas, muchas conquistas para los profesores, y para la comunidad universitaria por extensión de beneficios. Agradecido eternamente con ustedes.

En el año 1971 tenía 18 años, y vine desde Barinas a inscribirme, en el edificio don Pietro, ubicado en la avenida 3, para cursar estudios de ingeniería; el rector era Pedro Rincón Gutiérrez. Cuando comencé mis estudios, y cuando me gradué de ingeniero químico en julio de 1977; el rector era Pedro Rincón Gutiérrez. Cuando comencé a trabajar como profesor contratado ese mismo año, cuando realicé mi primer ascenso, y cuando salí electo delegado de la facultad de ingeniería ante la asamblea de delegados de APULA; el rector era Pedro Rincón Gutiérrez.  Cuando me eligieron presidente de APULA para el período 1985-1987, y cuando ejercí por primera vez la representación de los profesores ante el Consejo Universitario; el rector también era Pedro Rincón Gutiérrez. Durante estos lapsos observé la encomiable labor de Perucho en defensa de la universidad, de su autonomía, de sus estudiantes, de sus profesores, de sus trabajadores, y de su planta física la cual, proyectó y expandió en correspondencia con una planificación acertada de su crecimiento físico y académico, en la sede central y en sus núcleos.

Fui testigo desde la cercanía, y algunas veces desde la lejanía, de la preocupación, de la maestría de Perucho en el manejo político externo, con gobiernos no muy afectos a la disidencia, al libre pensamiento, y a la autonomía universitaria; e internos con estudiantes, profesores y trabajadores, que aprendieron a reclamar sus derechos sin miedo, sin temor a las consecuencias, y con mucha contundencia.

Esta historia no me es ajena, no la leí en los textos, en los anuarios, o en la gaceta oficial de la universidad cuando circulaba para consulta de los universitarios, y público en general. Fui testigo desde la cercanía, y algunas veces desde la lejanía, de la preocupación, de la maestría de Perucho en el manejo político externo, con gobiernos no muy afectos a la disidencia, al libre pensamiento, y a la autonomía universitaria; e internos con estudiantes, profesores y trabajadores, que aprendieron a reclamar sus derechos sin miedo, sin temor a las consecuencias, y con mucha contundencia. Los paros y las manifestaciones, aupadas y dirigidas por los gremios y encabezadas por grandes oradores, eran comunes en esa época. Debo reconocer la sabiduría de don Pedro Rincón Gutiérrez para nadar en esas aguas turbulentas sin mayores dificultades, y encontrar las soluciones externas, e internas a los conflictos, para continuar forjando la universidad moderna.

Por esos asuntos del destino, me correspondió tomar posesión e iniciar la conducción de la Asociación de Profesores de La Universidad de Los Andes, APULA, inmersa en un paro nacional indefinido, sin cobro de salarios, por el incumplimiento de las normas de homologación por parte del gobierno de Jaime Lusinchi. Paro que había sido decretado por la directiva anterior presidida por el profesor Silvio del Carmen Villegas (†), acatando los lineamientos de la Federación de Asociaciones de Profesores Universitarios de Venezuela, FAPUV, organismo donde era su secretario general.  Un gran compromiso para un joven profesor de ingeniería con solo 33 años, que tenía, además, en la rectoría de la universidad al rector magnífico el Dr. Pedro Rincón Gutiérrez. Eran tiempos de enfrentamientos, nacionales y locales, entre la izquierda, que había sido desalojada de la APULA mediante un pacto AD-COPEI y posteriormente de la FAPUV, y la derecha representada por la gran mayoría de nosotros, que comenzamos la gestión con el famoso lema: paro al paro, para negociar con el gobierno de Lusinchi los aumentos salariales, y la deuda por homologación, sin claudicar en las demás reivindicaciones.

Es importante recordar que el Dr. Rincón conducía la universidad como un padre de familia, que las relaciones con la comunidad universitaria se manejaban directamente entre el Consejo Universitario representado por su rector, y los gremios, los sindicatos, la asociación de profesores, y los estudiantes. Luego ese mecanismo se formalizó mediante actas convenios que los gremios discutían con el rector.

En estas circunstancias, comenzó la relación entre el rector magnífico y el nuevo presidente de APULA. Es importante recordar que el Dr. Rincón conducía la universidad como un padre de familia, que las relaciones con la comunidad universitaria se manejaban directamente entre el Consejo Universitario representado por su rector, y los gremios, los sindicatos, la asociación de profesores, y los estudiantes. Luego ese mecanismo se formalizó mediante actas convenios que los gremios discutían con el rector. El Consejo Universitario aprobaba los acuerdos, el gobierno colocaba los recursos que Perucho siempre conseguía con algún grado de dificultad. Las discusiones eran duras, pero no se conocía en Venezuela el fenómeno de la hiperinflación, aunque recordemos el famoso viernes negro de 1983, el poder adquisitivo del Bolívar seguía siendo fuerte.

Con vigencia al 1 de enero de 1982, Felipe Montilla como presidente del Consejo Nacional de Universidades, CNU, y ministro de educación, firma un acuerdo sin precedentes en la administración pública venezolana, las normas de homologación para los profesores universitarios del país, cuyos salarios se revisarían cada dos años conforme a los cambios inflacionarios de los dos años anteriores. Estas normas serían ejecutadas por una comisión CNU-FAPUV-Gobierno, cuyo primer acuerdo se firmó el 17 de mayo de 1985, y el 26 de abril de 1987, el ejecutivo se comprometió a cancelar las deudas de los años 1984, 1985, 1986 y 1987.

Con vigencia al 1 de enero de 1982, Felipe Montilla como presidente del Consejo Nacional de Universidades, CNU, y ministro de educación, firma un acuerdo sin precedentes en la administración pública venezolana, las normas de homologación para los profesores universitarios del país, cuyos salarios se revisarían cada dos años conforme a los cambios inflacionarios de los dos años anteriores. Estas normas serían ejecutadas por una comisión CNU-FAPUV-Gobierno, cuyo primer acuerdo se firmó el 17 de mayo de 1985, y el 26 de abril de 1987, el ejecutivo se comprometió a cancelar las deudas de los años 1984, 1985, 1986 y 1987. El ajuste para el pago se hizo tomando en cuenta la inflación de los años anteriores y hasta el año 1986. Por acuerdos con el gobierno y con los profesores en asambleas, se le condonó al gobierno el 50% de la deuda. El gobierno cumplió, nosotros también lo hicimos, y cobramos esa deuda que muchos consideraban perdida, o impagable. Otros tiempos, otras luchas, otra gente.

Las normas de homologación en sus disposiciones finales prohíben que los rectores, o sus consejos universitarios, acuerden con los gremios, asociaciones, y sindicatos, beneficios adicionales no contemplados en dichas normas lo que ocasionó, que en las universidades cesaran estas discusiones entre el patrono y las comunidades universitarias. Mi experiencia con las normas de homologación, sin hacer la comparación con lo que actualmente existe, es que si bien, hubo que hacer un par de huelgas, la primera indefinida, y la segunda por 4 meses en 1987, las normas cumplieron su objetivo, aunque el gobierno siempre las aplicó con valores de inflación por debajo de lo que realmente correspondía para los años anteriores.

Lamentablemente, los universitarios no supimos defenderlas, nos convertimos en abogados del diablo, fuimos perdiendo combatividad, nos hicimos incrédulos, en fabricantes de argumentos para el gobierno, y aunque sean legal, constitucional y moralmente válidas, merecidas para la comunidad universitaria y para los empleados públicos en general, la verdad es que hoy nadie las recuerda, y cuando alguien las menciona aparece un universitario y dice: este gobierno no las reconocerá, no sueñes, no reclames eso, no has aprendido nada, ¿O es que vives en Narnia? Así somos, y sigo pensando que eran Otros tiempos, otras luchas, otra gente.

En este transitar de Perucho desde su inicio en la administración de la universidad con criterios paternales, solidarios, amigables, e incluyentes, se pasó a una administración de actas convenios entre el patrono y sus trabajadores y profesores, y luego a unas decisiones tomadas en comisiones de alto nivel CNU-FAPUV-Gobierno donde el rector Rincón Gutiérrez seguía jugando un rol estelar para que el gobierno cumpliera con lo estatuido, y nosotros, los gremios, llegáramos a acuerdos con el gobierno nacional, para que las actividades universitarias continuaran su marcha normal. Fui testigo de excepción de varias discusiones en el Consejo Universitario sobre estos asuntos, y participé en la junta directiva de APULA y de FAPUV, con Perucho, y con el gobierno de Jaime Lusinchi en largas y fructíferas sesiones de trabajo y conversaciones, para resolver satisfactoriamente los asuntos salariales de los universitarios.

Recuerdo que el episodio de la deuda por homologación se resolvió directamente entre FAPUV y Blanca Ibáñez, comisionada del presidente Lusinchi, ante unas declaraciones desafortunadas del Secretario de la Presidencia Carmelo Lauría; aunque creo, como se lo expresé a Omar Rodríguez Madrid, presidente de FAPUV en esa época, que fueron afortunadas para nosotros porque en un arranque de soberbia Lauría manifestó: “que se paren los profesores un mes,  dos meses, un año, no hay dinero para pagar esa deuda, es demasiada plata”. Esto enardeció a los universitarios, profundizamos el paro, aunque no cobrábamos el salario; hicimos planes de contingencia desde las asociaciones, incrementamos los préstamos personales, las ayudas para alimentos, la universidad extendió la cobertura de los servicios médicos, y el gobierno negoció con FAPUV el pago del 50% de la deuda a la que hice referencia anteriormente. Otros tiempos, otras luchas, otra gente.

Lamentablemente, los universitarios no supimos defenderlas, nos convertimos en abogados del diablo, fuimos perdiendo combatividad, nos hicimos incrédulos, en fabricantes de argumentos para el gobierno, y aunque sean legal, constitucional y moralmente válidas, merecidas para la comunidad universitaria y para los empleados públicos en general, la verdad es que hoy nadie las recuerda, y cuando alguien las menciona aparece un universitario y dice: este gobierno no las reconocerá, no sueñes, no reclames eso, no has aprendido nada, ¿O es que vives en Narnia? Así somos, y sigo pensando que eran Otros tiempos, otras luchas, otra gente.

Durante esos años de lucha por mejoras salariales y algunas reivindicaciones académicas, siempre se contaba con la voluntad de apoyar, o de resolver, del rector Rincón Gutiérrez. Solo recuerdo un fuerte episodio doméstico entre la APULA y el Dr. Rincón y fue el famoso caso de los profesores contratados del Táchira, ya que el Consejo Universitario se negaba a considerar su pase a ordinarios, como se estaba procediendo en el núcleo de Mérida. Probablemente, se debía a que el número de profesores era elevado, y a la consideración política no declarada abiertamente, de la posible candidatura del presidente de APULA a la Secretaría de la Universidad.

Este fuerte impase, resuelto por Perucho, después de paros en la ULA, sin descuentos salariales, asambleas en todas las facultades, marchas en la ciudad, actos en la plaza Bolívar, en el hall del rectorado, y la propuesta de la expulsión del rector de la asociación de profesores, aprobada por unanimidad en conversaciones privadas con cada uno de los directivos, que sería llevada por el presidente a la próxima junta directiva. Afortunadamente, el rector se enteró de tamaño desafuero, conversó con Germán Briceño Ferrini quien inmediatamente me llamó y me dijo: “Léster, a usted no le hemos pedido nada como partido, lo hemos dejado actuar como lo ha considerado conveniente, pero eso de la expulsión de Perucho de la APULA es inaceptable para nosotros, es una locura, como se le ocurre”. Le dije: Dr. Ferrini, debe hacer dos cosas: hable con los adecos, y hable con el Dr. Rincón, y asunto resuelto. Me dijo: “delo por hecho, y cuidado con esas locuras”.


La propuesta nunca fue llevada a la directiva. El problema de los contratados del Táchira comenzó a resolverse paulatinamente y el Dr. Rincón y Yo nunca hablamos de ese asunto de la expulsión, y su trato para conmigo siempre fue respetuoso y amable. Se dirigía hacia mí utilizando la expresión, mi presidente, cuando estaba de rector y cuando ya no lo era. Ese era Perucho: amigo, amable, sin rencores, solidario, comprensivo, conversador, y con muchos amigos importantes en la izquierda, en el gobierno, y en la derecha.

La conducta que observé en Perucho desde el Consejo Universitario siempre fue de conciliación, de respeto hacia los consejeros, de un padre de familia que corregía a sus hijos cuando se equivocaban, de regañar cuando había que hacerlo, pero nunca la de un gendarme, la de un jefe partidista, o la de un dictadorzuelo, que imponía su voluntad. Perucho actuaba con apego estricto al marco jurídico nacional e institucional que él ayudaba a construir desde el Consejo Universitario. Era un hombre de diálogo con los distintos actores de la universidad, de los partidos, de la ciudad, y con el gobierno Nacional. Esta conducta le permitió ser grande y útil a la universidad y al país.

Experimenté al Perucho humano, solidario, comprensivo, con un don de gente como pocos administradores tienen. Estando una mañana en la APULA, recibo una llamada de una amiga muy querida, que vivía de hacer comida para los estudiantes, y de alojar en su casa a residentes estudiantiles, me dijo llorando:” Léster, tengo un problema muy grande que no me deja dormir, tú sabes que mi hijo trabaja en control de estudios de su facultad, es un buen deportista y un excelente estudiante”. Le digo: lo sé, ¿Cuál es el problema? Me contesta muy angustiada: “que el bobo ese se dejó presionar por un amigo para que le pusiera 10 en una materia, otro estudiante amigo del fulano y de él, que tampoco había aprobado se enteró y le preguntó ¿Cómo hiciste para tener 10 si te habían raspado? Lo amenazó con armar un escándalo en la facultad si no le decía lo que había pasado, porque él también quería su 10. El muy tonto asustado le dijo la verdad. El amigo se le apareció en la oficina a mi hijo, lo amenazó con decirle al jefe lo que había hecho, y le exigía el mismo trato. Mi hijo se negó a ponerle el 10, fue y le confesó al jefe lo que había hecho. Se armó un gran lío en la facultad y están amenazando a mi hijo con botarlo de la universidad”. La señora me solicitó: “Léster por el amor de Dios hable con el rector, él es el único que puede salvar a mi hijo que es un buen estudiante y un buen deportista”.

Le dije: déjame pensarlo y me dijo: “mientras lo piensas me muero, ayúdame por el amor de Dios”. Okey me encargo, pero solo Perucho puede resolver. Llamo al Dr. Rincón y le digo que tengo algo muy grave que contarle, me dice: “véngase”: le cuento el asunto, me mira serio, y me dice: “es un asunto delicado, ¿Los conoces bien?” y le digo sí. Me dijo: “dile a la señora que venga mañana a las 11 de la mañana, ven con ella, pero pasa ella sola para hacerle unas preguntas”. Llamo a mi amiga y le digo que se prepare para la entrevista con el rector, que le diga la verdad, porque él tiene los medios para investigar todos los asuntos universitarios, que la paso buscando por su casa antes de las 11 de la mañana. Nunca había visto a alguien tan feliz cuando salió del despacho de Perucho. Su hijo, su esperanza, había sido perdonado, y removido oficialmente de esa oficina. 

Finalmente, hay tres episodios importantes que no puedo pasar por alto y tienen que ver con Perucho y con mi capacidad de escuchar, o de atender las buenas peticiones de los amigos. El primero se refiere a una petición del propio Perucho cuando fui candidato a rector por segunda vez: me dijo: “mi presidente, si gana, como creo que así será, debe fundar la Facultad de Arte. A mí se me quedó esa facultad, tenía otras prioridades, pero no se puede concebir una universidad moderna e importante como la nuestra sin una Facultad de Arte”. Le dije: cuente con ello mi rector, con la condición de que acepte una oficina que le buscaré en el rectorado para que me ayude en esa tarea, y en otras que usted considere conveniente, sin olvidar que el rector soy Yo. Me dijo: “cuente con eso, y búsquela cerca de su despacho”. Lo confieso hoy con orgullo y admiración, aunque se lo he expresado a varios amigos, y como mi camino es la santidad, puede esta universidad sumarle la Facultad de Arte, a las cuatro que fundó el Dr. Pedro Rincón Gutiérrez.

El segundo es extraño e involucra a Perucho, a Miguel Rodríguez Villenave, Vicerrector Administrativo de la época, y a mí. A la universidad le faltaban unos 400.000 bolívares para pagar la nómina de un mes y le solicitan un préstamo a la APULA por esa suma, que sería devuelto, al mes siguiente. Le dije a Michel déjame preguntarle a Darlinda la administradora, Michel me dijo: “si tienen, recuerda que yo les hago las transferencias”. Le dije:  Michel, yo no tengo problemas, pero debo estar seguro, mañana te confirmo y si hay, como dices, Darlinda te hará el traslado. Confío en ustedes. Se sonrieron y listo. Darlinda con una sonrisa expresiva, creo que ya sabía, me dijo: “sí hay profesor, pero que le paguen o nos metemos en un lío”. Todos cobramos, nadie se enteró, y luego devolvieron el dinero antes del plazo indicado. Otros tiempos, otras luchas, otra gente.

El último episodio se debe a una petición doble: hubo un acto de unos médicos amigos del Dr. Rincón que cumplían varios lustros de graduados. Algunos eran dueños de clínicas famosas en Caracas. Después del acto me solicitaron 5 de ellos una reunión privada, y me hicieron el planteamiento de que deseaban colaborar para construir una estatua de Perucho a ser colocada en la ciudad, porque Perucho no solo le pertenecía a la universidad, también le pertenecía a la ciudad. Los oí con atención, pero después de algunas llamadas, pasada la excitación del acto, no apareció la colaboración ofrecida.

Perucho actuaba con apego estricto al marco jurídico nacional e institucional que él ayudaba a construir desde el Consejo Universitario. Era un hombre de diálogo con los distintos actores de la universidad, de los partidos, de la ciudad, y con el gobierno Nacional. Esta conducta le permitió ser grande y útil a la universidad y al país.

De la misma manera, el escultor Manuel de La Fuente me expresó: “rector, para conmemorar los dos años de la muerte de Perucho hagamos una estatua, yo ofrezco la mano de obra, gratis, y usted paga la fundición, el traslado, y el bronce”. Le dije pero que sea grande, con un buen pedestal, con toga y birrete, te aviso en una semana. Me indicó: “y con la medalla”. Hablé con el Ing. Orlando Chacón quien se desempeñaba como director de cultura y le pregunté: ¿Tenemos plata por cultura para una estatua de Perucho, grande y bonita para colocarla en el hall del rectorado? Me respondió: “Sí hay”, y le dije: ponte en contacto con Manuel de La Fuente. El día 7 de julio de 2006, la doctora Cecilia Scorza, mi amiga, amiga de Perucho, y exdecana de la Facultad de Ciencias, junto a las autoridades de la ULA, familiares y amigos del Dr. Rincón, pronunció, como oradora de orden, las palabras que servían como testimonio de la inauguración de la estatua del rector de rectores en el hall del rectorado, que es patrimonio de la universidad, y de los merideños, y que no debe salir de su casa de siempre, el rectorado.

Perucho, los cristianos creemos que Enoc y Elías no murieron, que en la transfiguración de Jesús, Moisés y Elías estuvieron presentes, que Eliseo y Juan el Bautista tenían incorporado el espíritu de Elías. Te ruego le pidas al Señor que te deje venir en espíritu, para que veas en que se ha transformado tu obra material más apreciada, para que con tu sabiduría ayudes a corregir las conductas y los entuertos de quienes la gobiernan, y para que no permitas que nosotros, los que no tenemos ninguna representación institucional, la abandonemos a su suerte por cansancio o por ingratitud.

 

Léster Rodríguez Herrera.

Expresidente de APULA

Exsecretario de La Universidad de Los Andes

Exrector de La Universidad de Los Andes

Reconocimiento a la Excelencia PDVSA 1997

Exalcalde del Municipio Libertador